Esta semana comenzamos el recorrido por una espístola impresionante, por lo que dice y por la mano que eligió nuestro Señor para escribirla. Se trata de Santiago o Jacobo, el medio hermano de nuestro Señor Jesús que creció con Él, vivió íntimamente con Él, conoció su día a día de manera muy cercana.
Hoy conoceremos como un encuentro con Jesús transforma a una vida, le cambia el carácter, le da visión y propósito.
Yo tengo el privilegio de haber crecido en una familia muy unida. Mis padres y mis hermanos son muy importantes para mí. Crié a una prima como hija y la quiero con locura y soy su maita. Nos enseñaron a amarnos por encima de las dificultades y sí puedo decir que las ha habido y bien gordas pero siempre triunfó el amor. ¿Como sería la infancia de Jesús? ¿Al principio crecería quizás con rechazo? Solo nos cuentan las Escrituras que crecía en estatura y sabiduría y que en su niñez se quedó debatiendo las Escrituras mientras sus padres volvían con los peregrinos después de la fiesta: No es difícil imaginar a Jesús orando o leyendo. Apasionado por el Padre. Pero ¿qué de su relación familiar? ¿Qué sufriría? ¿Qué viviría? Veremos en las Escrituras que se oponían al ministerio público, pero un buen día El Espíritu Santo abrió sus ojos y sus corazones y leeremos la gran devoción que sentían no por su hermano sino por su Señor, Salvador y Dios. Revelará claramente a través del recorrido que terminaron creyendo que era Dios.
La epístola tiene varios propósitos: la fe, ayudarles a que se fortalecieran y crecieran en ella, animar a las iglesias, a los primeros cristianos que empezaron a conocer la verdad pero también la persecución, corregir los excesos, errores que estaban cometiendo y la búsqueda de la sabiduría de lo alto.