Por lo demás, hermanos míos, confortaos en el Señor, y en la potencia de su fortaleza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y estar firmes, habiendo acabado todo. Estad pues firmes, ceñidos vuestros lomos de verdad, y vestidos de la cota de justicia. Y calzados los pies con el apresto del evangelio de paz; sobre todo, tomando el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de salud, y la espada del Espíritu; que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda deprecación y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda instancia y suplicación por todos los santos, (Efesios 6:10-18)
No es, o no debe ser nuevo entender que estamos en una guerra espiritual. Desde las primeras líneas de la Biblia ya lo leemos, pero empezó antes de lo que leemos en Génesis. Los profetas Ezequiel o Isaías nos hablan de la rebelión del Lucero de la mañana, también conocido entre otros nombres como Satanás, el adversario.
Entonces, sabemos que hay un enemigo de nuestras almas, un enemigo de nuestro Dios dispuesto a oponerse a Su reino, desobediente a su voluntad.